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Entre ruinas, poenumbras

El poeta utiliza la palabra como una de las formas por darle voz a uno de los tantos habitantes que existen en nuestro cuerpo. Así, la pasión, el desencanto, lo amoroso, la lujuria quedan al descubierto cuando esa boca interior abre el cuerpo y sale en un grito que Juan Antonio Rosado (ciudad de México, 1964), doctor en letras por la UNAM, contiene en sus manos para irle dando figura poética en su más reciente volumen Entre ruinas, poenumbras.
 

Poeta, narrador y ensayista, Juan Antonio Rosado es autor del libro de cuentos Las dulzuras del limbo,de la novela El cerco y de los ensayos Palabra y poder, Juego y revolución: la literatura mexicana de los años sesenta, Erotismo y misticismo y El engaño colorido,entre otros ejemplares. Su labor se extiende como profesor y tallerista en diversas universidades, además de ser colaborador en más de diez revistas literarias y varios suplementos culturales. Le fue otorgado por el Instituto de Cultura de la Ciudad de México el Premio de Ensayo Juan García Ponce en el año 2000. 
 

No debe quedar duda sobre uno de los efectos mágicos que da la creación literaria: exponer el yo que no habita en la mirada de los que rodean al yo;es decir, el ser interior del ser humano aparece de una o varias maneras cuando la acción de escribir utiliza la mano del creador como eje de comunicación entre el yo y el papel para quedar finalmente una obra en la que, de cierto modo, el autor puede verse un tanto distante de lo que creó. Este panorama corresponde en buena medida para quienes conocemos y guardamos amistad con Juan Antonio Rosado, un hombre cálido en su saludo, generoso en sus respuestas, pero sobre todo de una figura distante de la que encontramos en las páginas de su poemario- aforismario. 
 

Entre ruinas, poenumbras se ubica en dos terrenos; en el primero, el de poemas, el escritor rasga en una voz que va sobre el pasado que lastima por ser perdido, ajeno, entre ruinas:«Pierdo la inocencia al respirar/ la ubicuidad del polvo,/ al sentir, como el cráneo del ratón/ atravesado por la astilla,/ los laberintos de un espejo/ en este cuerpo de asfalto,/ de nódulos roídos,/ donde el relámpago se resuelve/ en la llama de una ira», o con un fragmento del poema «Epílogo», que cierra la primera sección: «Palabras de tierra recorrieron tus ausencias/ cuando el mutismo emasculó/ nuestro camino hasta desollarlo y desollarlo/ en epiléptica agonía./ El sigilo enloquecía los instintos,/ calcinaba atavismos de lujuria, desnutría la paciencia secular». Y, la segunda y última sección, con estupendos aforismos que ellos mismos se representan: «Podemos medir a los humanos por el grado de adulación que necesitan», «El mejor modo de contrarrestar un chisme es haciéndolo realidad», «Lo inhumano es lo humano», «El tiempo termina, sin distinción, burlándose de todos», «Escatología católica: el papa en el excusado», «Lo único que la mayoría de las veces logran cambiar grandes artistas en la sociedad son los nombres de las calles», «Aceptar grandes puestos administrativos es uno de los posibles síntomas de la muerte del artista», por mencionar algunos aforismos de este breve libro que en mucho vale la pena.

RICARDO MUÑOZ MUNGUÍA

 

La Cultura en México, sección cultural de Siempre!, núm. 2882, México, 7 de septiembre, 2008, p. 78-79

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